La Hermandad del Monte Calvario, surgida en Málaga a finales de la década de los setenta del siglo XX, recogió el testigo de la desaparecida Hermandad del Santo Cristo del Calvario, fundada en la Ermita del Monte Calvario en el siglo XVII por los hermanos de la Orden Tercera de penitencia del Señor San Francisco de Paula. La actual cofradía de nazarenos, continuadora de la antigua tradición penitencial de los frailes victorios, mantiene vivo en ese peculiar enclave malacitano un fervoroso legado de piedad popular que se remonta cientos de años atrás, hasta los albores del siglo XV.
I. La Ermita y la primitiva Hermandad del Santo Cristo del Calvario
A finales del siglo XV y recién establecida en Málaga la Orden de los Mínimos, tras la toma de la ciudad por los Reyes Católicos, construyeron los frailes su convento en los terrenos que hoy forman el Santuario de nuestra Patrona y sus aledaños. Consiguieron acrecentar los dominios incorporando la Huerta de Acíbar y el Cerro del Humilladero –el Monte Calvario–, gracias a la influencia del vicario general de la Orden en España, Fray Bernardo Boyl –a la sazón, primer sacerdote en celebrar Misa en el Nuevo Mundo y vicario general de las Indias–. Así, se firmó la cesión en escritura pública en 1495, año en que se levantó el primitivo oratorio sobre el cerro, que en un principio se llamó de la Cruz.
La vida religiosa del Monte Calvario se intensificó con la presencia de los frailes victorios, y no tardó en surgir la tradición de subir hasta la Ermita para rezar llegado el tiempo cuaresmal, pues un siglo después esta costumbre estaba totalmente arraigada en nuestra ciudad. Así lo relata la Crónica general de la Orden de los Mínimos de 1595, en la que el padre Fray Lucas Montoya afirmaba «que en la Ermita del título de la Cruz, todos los viernes de Cuaresma amanece mucha gente a hacer oración».
En 1656, tal y como se recoge en las escrituras de cesión aún hoy conservadas entre los protocolos del Archivo Provincial de Málaga, los frailes Mínimos otorgan el Monte Calvario a la «Orden Tercera de penitencia del Señor San Francisco de Paula» para la reparación de la Vía Sacra –lo que denota que los frailes ya habían establecido las estaciones del Vía Crucis con anterioridad– y que estos levanten un nuevo templo, con la condición de que doce de sus miembros, en imitación de los apóstoles, recen el Vía Crucis por la Vía Sacra todos los viernes del año, llevando por guía la insignia de un crucifijo. Este sería el origen de una hermandad de penitencia con el título del Santo Cristo del Calvario. Se designó también la figura de un padre espiritual, que debía atender las inquietudes de los hermanos, así hombres como mujeres, que formaban parte de aquella cofradía, a la que se pidió que venerase una imagen de san Francisco de Paula en el altar mayor de la Ermita, además, lógicamente, de sendas tallas de Cristo y de la Virgen.
Desde aquel momento, se tiene constancia de la celebración del Vía Crucis, que constituía el principal culto de la hermandad, aunque cada Viernes Santo hacían estación de penitencia en la Catedral de Málaga a la hora de la muerte de san Francisco de Paula, participando en una procesión que salía del Convento de la Victoria. Cuentan las crónicas que los hermanos del Santo Cristo del Calvario participaban en el cortejo formando una sección de unos cien penitentes y que marchaban tras el estandarte de la Hermandad del Nazareno, vistiendo túnicas negras y llevando cruces al hombro, en lugar de cirios, a diferencia del resto de participantes.
Si bien la afluencia de devotos en el cerro y su Ermita no dejó de acrecentarse en el siglo XVIII, instalándose el actual retablo y labrándose las hoy extintas cruces de piedra de las estaciones a lo largo del monte, la hermandad podría haber sufrido una fracción en 1706, surgiendo así la Hermandad del Nazareno de los Pasos en el Monte Calvario, hoy conocida popularmente como «el Rocío», que sería fundada por un grupo de cofrades del Santo Cristo del Calvario en la Ermita de San Lázaro, quienes continuaron con la celebración del Vía Crucis una vez extinguida la primitiva hermandad.
Posteriormente, el Monte Calvario pasó por una etapa ciertamente decadente, acentuada por la marcha de los Mínimos de su convento en 1835, debido a la desamortización de Mendizábal. No obstante, la Ermita continuó abierta al culto y mantuvo la presencia de un capellán y de distintos guardeses que vivieron en el propio edificio durante los siglos XIX y XX.